F. Nietzsche: Del Último Hombre al Metahumano.

Fª HOY

Por José A. Rico

INTRODUCCIÓN

La filosofía de Nietzsche no es en absoluto una filosofía común. Ya sea por creativo  estilo como por el contenido deslizado a través de ese original estilo. Se ha discutido mucho acerca de si su filosofía es sistemática o asistemática, tema un tanto estéril en el que no voy a sumergirme en demasía. A este respecto, de lo que no nos cabe duda es que siendo un sistema es un sistema ciertamente nuevo. Si hasta el momento, y especialmente en los siglos posteriores a él, los filósofos habían trabajado como abejas del saber, construyendo sus duros y rígidos sistemas como si levantasen un edificio, la filosofía de Nietzsche podríamos observarla en conjunto, y haciendo un guiño al arranque cosmológico de su obra Sobre la verdad y la mentira en un sentido extramoral, como un sistema solar en el que sus principales conceptos orbitan entorno a un concepto clave (el superhombre) que contiene en sí la suficiente fuerza gravitatoria (voluntad de poder) como para mantener en torno a sí a estos en un movimiento (eterno retorno) circular constante. Tratando de no ser excesivamente pretencioso a la hora de emular al maestro, en lo que se desarrollará a continuación intentaré ser clásicamente sistemático.

Así, en el siguiente trabajo planteo, por un lado, la pregunta acerca de si el análisis y diagnóstico que Nietzsche acerca de su época (hace ya más de un siglo) y de nuestra tradición cultural tiene todavía vigencia en el mundo presente, y por otro lado, en consonancia con lo anterior, si la propuesta nietzscheana es un proyecto caduco o bien un proyecto inacabado y reanudable con vistas a solucionar los distintos problemas que nos conciernen hoy en día.

Obviamente, el modo de afrontar ambas cuestiones repercutirá inevitablemente en el desarrollo del presente trabajo. Por ello he optado por sintetizar los intereses de Nietzsche en dos cuestiones clave: el papel de la “verdad” en el seno de la cultura y las consecuencias que repercuten en el hombre en relación con esta “verdad”. Si tal “verdad” enmascara un  abismo, será fundamental la forma en que se aborde este acontecimiento para averiguar a qué nivel la humanidad se encuentra hoy en día, es decir, si la cultura está fomentando un tipo de vida “ascendente”, de crecimiento vital, de fortalecimiento del individuo, “favoreciendo” que en él se expresen sus máximas posibilidades, o si bien, por el contrario la cultura está reproduciendo individuos cada vez más débiles, dependientes de todo lo que les rodea, mediocres, que rehuyen de la realidad y niegan su libertad, y de ser así, lo cual es probable, intentaremos saber a qué nivel del “descenso” nos encontramos y si efectivamente somos lo que Nietzsche denomina los “Últimos hombres”. Si en efecto, de lo que se trata es este último caso, deberemos atender al remedio que Nietzsche nos presenta: El “Superhombre”. Ambas figuras estarán permanentemente en nuestro punto de mira. El título del trabajo se refiere exactamente a estas y, siendo metáforas extraídas del propio autor, están formuladas como una elección.

 

ELL NIHILISMO A LOS “ÚLTIMOS HOMBRES”.

 

La Nada se extiende…

  1. Ende, La historia interminable.

Desde una época muy temprana Nietzsche concibe el mundo como “lo que sufre eternamente” del que serían constitutivos dos impulsos, lo apolíneo y lo dionisiaco, que “…despliegan, con su dinámica, el conflicto o dolor originario que afecta al ser.[1]  En esta realidad cruel, salvaje y terrible ambos impulsos podrían traducirse del siguiente modo: lo dionisiaco representaría a la misma realidad, al tremendo proceso mismo de la vida, es decir, aquello donde se sumerge toda individualidad, donde todo límite desaparece y todo se presenta informe, en constante devenir; y por otro lado, lo apolíneo se correspondería con la representación, la individualidad, y en definitiva, lo que denominamos cultura, es decir, la sublimación de esto que denominamos dionisiaco. Lo dionisiaco, lo terrible, lo monstruoso, siempre está ahí, es lo que está ahí, y a través de lo apolíneo, a fin de mantenernos en la cuerda floja sobre este abismo, sólo caben dos posibles movimientos, con sus posibles variantes internas: El del ser activo, que acepta esta condición de la realidad, la afirma y trata de ir superándose en ella dura y constantemente, y por otro lado el del ser reactivo, que entra en pugna con la realidad misma, la niega, y al rechazarla crea otra, es decir crea una ficción que le haga posible la supervivencia sobre la ya de por sí ficción que es la cultura. En esta concepción, Schopenhauer había ocupado un papel especialmente relevante en el joven Nietzsche, y en concreto la obra de “El mundo como voluntad y representación”, de la cual destaca dos consideraciones fundamentales: El diagnóstico, que la esencia o sustancia del mundo no es algo racional o lógico sino más bien un impulso oscuro y sobre este se asienta todo orden humano establecido a fin de ocultar el carácter trágico y absurdo de la vida, por lo que nuestra vida cotidiana no sería más que una mera distracción constante; La receta, que la redención es posible y la vía para esta es el arte, en concreto , la música. La música sería desde entonces para el joven Nietzsche aquel arte dionisiaco que nos otorga instantes de “sensación verdadera”, y que nos sitúa en el verdadero mundo, en  lo “Ungeheur”. Sin embargo, en el arrobamiento musical, en esa experiencia fusión con el mundo, con lo dionisiaco, el “yo” siente la amenaza de desaparecer, por lo que se hace necesario un intermediario entre el individuo y la música, que será la imagen, la palabra. Esta fue justamente la genialidad de los griegos que a través de la Tragedia consiguieron aunar lo apolíneo, es decir los protagonistas en escena, la palabra, el mito, y lo dionisiaco representado por el coro, la música. El arte podía ser entonces un medio de conocimiento y al mismo tiempo una experiencia liberadora. Wagner en un primer momento se le presentó a Nietzsche como la gran esperanza que podría recuperar la fuerza de la tragedia griega a través de el drama musical y la creación de nuevos mitos, pero después de asistir a los festivales de Bayreuth quedó enormemente defraudado al contemplar cómo Wagner se había convertido realmente en el nuevo ídolo de la burguesía y él había adoptado esta posición con sumo gusto; Wagner había dado a su arte una función narcótica y hechizante completamente distanciada del ideal de superación del género humano.

Sin embargo, el nihilismo que Nietzsche vislumbra  en su época no es otra cosa que el resultado de un proceso adherido a la propia de historia de occidente que no es otra que la historia de la “decadencia”, ¿Pero qué es esta “decadencia”? ¿Cuál es el origen de dicha “decadencia”? Pues bien en esto Nietzsche es muy claro: por un lado la base fundamental de todo lo “decadente” es el miedo. Miedo al dolor, miedo a un mundo que ofrece resistencia ya que este mundo para el decadente es una fuente constante de sufrimiento: La vida y todo lo que se expresa a través de ella debe ser negado. ¿Y qué es lo más apegado a la vida y al mundo? El cuerpo. Desde una perspectiva decadente, el cuerpo es interpretado como objeto de represión tratando así de reprimir todo el dolor que a través de él nos llega; Para el débil y decadente el cuerpo es el principal impedimento para poder ejercer su poder, por lo que trata de expandir, y expande, el “debilitamiento” dirigido a los instintos más apegados al cuerpo presentándolos como algo repugnante, algo de lo que debemos avergonzarnos. Su expansión será posible a través del ideal ascético cristiano.

Por otro lado,  el origen de la “decadencia” en occidente no es otro el que encarna la figura de Sócrates. Sócrates simboliza la ruptura de la unidad beligerante entre lo apolíneo y lo dionisiaco, poniendo la vida al servicio de la razón en lugar de la razón al servicio de la vida, por tanto, sometiendo lo dionisiaco a lo apolíneo. El poder de la música se rompe a favor de la dialéctica y despierta la ilusión de que la vida se puede corregir desde la conciencia. Este recorrido se consolidará en la figura de Platón. Por un lado, cedemos todo el poder a una razón desvinculada de la vida, desnaturalizada, siendo la racionalidad lógica el criterio universal de valoración,  y por otro creamos un mundo paralelo falso, estático y suprasensible.

Sin embargo, ese acto originario de decadencia pudo haberse quedado en ese intento, ya que por aquel entonces aún convivían tanto corrientes que afirmaban la vida como  su correlato negativo. Para la definitiva expansión de la decadencia en el seno de la cultura occidental jugó un papel decisivo un elemento en principio foráneo a ésta y que obtuvo un notable triunfo en el final de la era del mundo antiguo: este fue el cristianismo.

De cualquier modo sería un error partir de éste como causa “…de la inversión del valor, inspirado por el resentimiento…” cuando “…Nietzsche lo descubre originariamente en la evolución del espíritu judío.[2] Remontémonos entonces al origen de la evolución de este espíritu, el judaísmo del Antiguo Testamento para “…encontrar el secreto que encubre la dinámica de la negación como ley subyacente a la cultura occidental.”[3] Este secreto no es otro que el instinto judío de venganza el cual tendrá por objeto a sus propios dominadores. Podría decirse que en el marco de una situación originaria en la que existen unos dominadores con unos valores plenamente ligados a la vida misma y sus dominados; En cuanto dominados, el vengativo instinto del pueblo judío arcaico opera sobre sus amos en a través de una desnaturalización y falsificación de los valores: desdoblan el mundo e invierten sus valores; El mundo objetivo, real, bueno se sitúa un plano distinto de este; Lo malo, noble, fuerte, orgulloso, placentero, despreocupado, orgulloso, audaz, …pasa a agruparse en una misma categoría. El Resentimiento hacia sus dominadores es el resentimiento hacia la vida misma. Puede decirse que esta es la primera rebelión de los esclavos contra sus amos en la historia de la moral, que en definitiva no es otra que la historia del cuerpo y la cultura, en tanto que el objeto de esta son ambas, “actúa” sobre ambas.

No por ello, en opinión de Nietzsche, el pueblo judío es un pueblo decadente, sino que al contrario, es un pueblo que ama y ansía el poder, y utilizó como medio la decadencia como un veneno inoculado sagazmente sobre sus amos; En un acto de genialidad y revestidos con la decadencia consiguieron ser “…afirmativos a través de la más radical negación”.[4]

Sin embargo, el judaísmo no habría podido rebasar sus propios límites si no hubiera echado a rodar su producto más elaborado: El Cristianismo, o lo que Nietzsche también denomina como “platonismo vulgar”. Así, “…el Cristianismo ahonda en la terrible lógica de la negación judía hasta hacer de la decadencia un instinto más fuerte que cualquier impulso afirmativo de la vida”.[5] El cristianismo, mediante el ideal ascético representado por sus sacerdotes, y con su moral de amor al prójimo y de la humildad, toman aquel aspecto que es más decadente de judaísmo, el pecado, y lo extienden por toda la faz de la Tierra: A partir de ahora todos los seres humanos nacemos en el pecado, por lo que todos debemos despreciar a todo lo humano, a todo lo que produce como humano, a todo lo que piensa como humano, a todo lo que siente como humano, en definitiva a todo lo que somos.

En vista de esto, el recuerdo que asalta a cualquier persona al mencionar a Nietzsche es comúnmente es la del enemigo de la moral, y en concreto de la moral cristiana, pero ¿Acaso esta imagen vaga de Nietzsche no enmascara algo?

Nietzsche concibe la moral como un contrapeso para soportar la inherente “injusticia” de la naturaleza. Frente la amenaza del nihilismo el cristianismo en un acto de genialidad consiguió proteger a los más desafortunados dándoles un valor absoluto frente a su insignificancia y contingencia, dio sentido al mal y al sufrimiento en el mundo haciéndolo más soportable, y presentó este mundo espiritualizado como algo valioso y susceptible de ser conocido. Por tanto, en un tiempo más bien remoto el cristianismo actuó como una fuerza creadora de valores, una expresión de la voluntad de poder. ¿Cuál fue entonces el problema? ¿Debemos estar agradecidos a este? Para Nietzsche obviamente NO. Como ya apuntamos antes, tales planteamientos mantuvieron amarradas las posibilidades de los hombres, o dicho de otra manera, impidió el desarrollo de Hombres Superiores. Sin embargo, la cuestión ahora no está aquí. La concepción general de un Nietzsche anticristiano enmascara lo más importante y fundamental: las consecuencias, el momento presente y el proyecto futuro. Es decir, muy bien, esto ha sido hasta ahora la historia de occidente, ¿Qué nos queda por hacer? La consecuencia directa de aquella lejana inversión judeo-cristiana de los valores en el terreno de lo político no es si no lo que hoy llamamos democracia y socialismo: ambos representan el cúlmen y triunfo de todo lo gregario en la especie humana, ambos representan al “último hombre”. Frente a la fuerza creativa expresada por San Pablo o San Agustín, qué es el nihilista y desencantado hombre moderno, ¿No es acaso una pobre criatura, un animal ya sin fantasía?

Nietzsche mira de reojo al pasado, efectivamente, pero para comprender el mundo presente y albergar todavía alguna esperanza para el futuro. ¿Y qué es el momento presente? Curiosamente, Nietzsche habla de su momento presente, pero también habla de nuestro momento presente; “Danos ese último hombre, oh Zaratustra…” gritaba el pueblo, y hoy ya tenemos a ese “último hombre”. Como un pulgón nos aferramos al mundo consumiendo su sustancia hasta morir reventando; Es la sociedad del consumo, una sociedad que asentada sobre la técnica alarga nuestras vidas vacías y perezosas, unas vidas en las que “…el entretenimiento no canse.” La cultura nihilista del negocio y la distracción a la que se le exige “Un poco de veneno de vez en cuando: eso produce sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener un morir agradable”.[6] El sentido de las cosas continúa desaparecido pero no ya “en busca y captura”; El mercado nos surte de una amplísima gama de distracciones que desvían la mirada de la pregunta, y cuando estas se muestran como lo que son, fantasmas, cuando la causa del deseo desaparece, estamos “enfermos”, concretamente estamos afectados de no sentir afectos,  sufrimos una “depresión”, para lo cual el mercado nos ofrece toda una gama de productos farmacéuticos en un círculo ya vicioso e interminable; El sistema se perpetúa: el Gran Pulgón indestructible. El “último hombre”, nosotros, es el hombre que “parpadea” por que nada entiende.

Para entender de un modo más profundo esta transición podemos echar una ojeada sobre las apreciaciones que Deleuze realiza respecto a la concepción nietzscheana de “nihilismo”. En un primer lugar, “nihilismo” significa que la vida tiene un valor de nada, se la niega, y  esta negación que conduce al desprecio tiene como producto una ficción, la idea de otro mundo suprasensible que es el real, y que esta vida es lo irreal. Se crean así unos supuestos valores superiores, representados tradicionalmente en Dios, en los que “la voluntad no se niega…[7], ya que este nihilismo “…hallaba su voluntad de negar como voluntad de poder”.[8] Este según Deleuze es el “nihilismo negativo”. El mayor problema se halla en un segundo sentido del nihilismo, cercano al nihilismo moderno, es decir a nosotros, y que es denominado como “nihilismo reactivo”. Si antes se hacía de la vida una apariencia y a esta se contraponía una esencia, la situación actual nos deja en la simple apariencia, es decir, se niega el mundo y los valores suprasensibles, mas con ellos también la voluntad, que ya ni siquiera es de nada: Es la vida puramente reactiva o dicho de otro modo el “pesimismo de la debilidad”. A este nihilismo pertenecen los “últimos hombres”. En este sentido no nos sorprende que se denomine a esta época como  la era de la imagen, es decir, de la apariencia al fin y al cabo, ya que muerta toda esencia parece que la única salvación que nos queda es la de mantener nuestra mirada distraída de la dolorosa y amarga condición constitutiva del mundo.

La Ciencia, presentada por los ilustrados como la panacea para todos los males, incapaz de arrojar luz sobre aquellos lugares que no le son propios, se redujo a los intereses de la técnica y la economía, cerrando toda posibilidad a la idea de una ciencia alegre para convertirse en una ciencia sin rostro, carente siquiera de expresiones faciales que pudieran trasmitir ni alegría ni dolor. Sin ese mundo de valores suprasensibles lo que nos queda no es más que una razón desnaturalizada, fanática, tiránica, pasando a ser el discurso científico-racional el único verdadero.

Y el Estado perpetúa este estado. El Estado democrático burgués al servicio de la economía capitalista que Nietzsche caracterizaba siglo XIX, ¿No es acaso una simple mueca del Estado neoliberal en el que hoy vivimos? Para Nietzsche ni Estado al servicio de los hombre-moneda, ni el Estado que promueve el socialismo como un valor en sí mismo, son modelos de Estado que promuevan la aparición de Hombres Superiores, si no que muy por el contrario alimenta el gregarismo y la vulgarización de la cultura. Actualmente ambos modelos, y en especial el primero de ellos ya no están inscritos dentro de un círculo geográfico determinado, si no que bajo el eufemismo de la “Globalización” se ha extendido imparablemente por todo el globo terráqueo un modo de vida chabacano, que genera necesidades falsas (¿existe acaso algo más antitético a la libertad que esto?) que traspasan fronteras, y que no buscan otro fin más que el beneficio económico. Si “La fuerza, para acrecentarse y, por tanto, para producir un sentimiento de placer superior, ha de sufrir venciendo dificultades y obstáculos, sin los cuales no se ejercita ni puede aumentar[9] ¿Cómo confundir esto con el concepto de el Estado del Bienestar?¿Ha llegado el tiempo en el que “…ese terreno será pobre y manso, y de él no podrá brotar ya ningún árbol elevado”?[10]

 

DE LA CURA Y EL SUPERHOMBRE

Todo el esfuerzo de análisis de la cultura europea que Nietzsche lleva a cabo…” tiene como finalidad “…ensayar de algún modo con el pensamiento la posibilidad de una transformación de la actual situación espiritual y psicológica de Europa[11] y, a pesar de que el nihilismo está prácticamente “incorporado” y perfectamente asentado en cada uno de nosotros, ¿Cabe aún la posibilidad de albergar alguna esperanza o debemos hundirnos en la radical pérdida de toda expectativa en el progreso tal como supuso, por ejemplo, el Mayo del 68?¿O podemos aún reformular el proyecto, repensarlo? Y si es así ¿Qué argumentos pueden todavía hacernos mantener la esperaza?

En primer lugar, el proyecto que Nietzsche propone es un proceso que requiere un gran esfuerzo y se plantea como algo a muy largo plazo, por lo que plantearlo como un proyecto agotado es absurdo. Además, el proceso de la historia en Nietzsche no es ni mucho menos lineal ni adopta una concepción progresiva  de esta. Precisamente una de las cuestiones que enfrenta a Nietzsche con el Darvinismo o Evolucionismo Social es la falsa interpretación teleológica de la “evolución”, representada principalmente por el positivista de H. Spencer, que entendía el desarrollo humano como una línea única y en constante ascenso hacia un fin “mejor”. Nietzsche, por el contrario,  interpreta el desarrollo humano como un árbol donde se ensayan distintos modelos de humanidad, que como ramas unas avanzan, otras se detienen, nuevas concepciones de ser humano brotan, … por tanto, la concepción de Nietzsche de la historia de la humanidad no es ni continua ni uniforme. Ejemplo de esto es el hecho de que para nuestro autor la humanidad alcanzó su mayor fuerza expresiva en distintos y discontinuos momentos tales como la Antigua Grecia y el Renacimiento.

Sin embargo, no debemos caer en común trampa de entender erróneamente la cura nietzscheana, la transvaloración, y sobre todo a su agente: El Übermensch o “superhombre”, traducción que aun siendo un tanto equívoca es la comúnmente aceptada. El “superhombre” es ante todo una novedad radical. Efectivamente, a lo largo de la historia hubo lo que Nietzsche denomina como “hombres superiores” pero estos no eran el “superhombre” pues aún estaban muy próximos al último hombre.

Una interpretación sumamente errónea del “superhombre”, al tiempo que la más popular, está en consonancia con lo que he mencionado antes: la interpretación biologicista del “superhombre”. Prueba de ello es el enfrentamiento que Nietzsche mantiene con el darvinismo, aunque acepte algunos presupuestos de este, así como con el atomismo, el mero materialismo y el mecanicismo tan populares en su época. El superhombre no es una nueva especie no humana y divina, si no que en realidad se trataría del primer hombre señor del valor y de la verdad,  capaz de soportar las consecuencias del nihilismo, frente a nosotros que todavía somos “monos”. Lo que adquiere mayor peso en el superhombre no son los aspectos biológicos, la corporalidad, sino la configuración de sí mismo, en la condición e perfeccionamiento, de apertura. El cuerpo, objeto de represión a lo largo de la historia, debe ser “liberado”, debe ser potenciado en cuanto campo en el que cultivar los valores superiores, pero el cuerpo de por sí no es el producto por sí mismo; El mero cultivo del cuerpo por el cuerpo fácilmente nos conduciría a la barbarie.

Otra interpretación errónea de las que Nietzsche se apresuró a desmentir en vida, fue la interpretación religiosa del superhombre, es decir la de entenderlo como una especie de santo, de nuevo cristiano sin Dios. Lejos de esto insistirá claramente: “¿Se me ha entendido? ¡Dionisos contra el Crucificado!”.[12]

Por otro lado, otro de los aspectos que nos hacen albergar todavía esperanzas se presenta precisamente en la propia condición humana: El hecho de ser animales no “fijados”. En la concepción nietzscheana su afirmación en este sentido es absolutamente radical: “Los instintos y afectos se forman, se graban en el cuerpo, se incorporan, no son innatos”.[13] Siendo así, la clave no está en combatir los falsos valores con argumentos, sino que, muy por el contrario, la lucha debe efectuarse desde el propio cuerpo: debemos incorporar nuevos juicios de valor que potencien e intensifiquen la vida.

Para salir de esta particular “minoría de edad” debemos fomentar una cultura superior, una cultura de la salud, que nos movilice hacia una continua autosuperación, que eleve el valor de un tipo de humanos activando en estos aquello que favorezca el crecimiento de la fuerza y, lo que es más fundamental aún, la capacidad de dominarla. Deberíamos subrayar este último aspecto ya que uno de los comunes y grandes errores instaurados en el pensamiento colectivo a acerca de Nietzsche, es decir concebir a éste como el filósofo de la desmesura y la disolución de la conciencia a través de la ebriedad, como lo demuestra que tempranamente ya “… algunos nietzscheanos también lo entendían así, y creían que con entregarse a las juergas casi habían llegado ya al santuario de Diosniso.[14] Sin embargo, esto es claramente falso. Como ya mencioné anteriormente la propuesta de Nietzsche requiere un gran esfuerzo: el superhombre irrumpirá como un rayo; De forma súbita y violenta irradiará todo con su luz; Pero este rayo cae de una pesada nube que representa la larga y dura preparación para que esto suceda. Obviamente en esta larga preparación juega un papel decisivo la autodisciplina. De hecho el punto de arranque pasa en primer lugar por el dominio de las pasiones, no ya como el ideal ascético cristiano que tiene como fin el debilitamiento, si no en vistas a un incremento de fuerza, puesto que el quantum de fuerzas es limitado, debemos debilitar voluntariamente unos instintos o pasiones para poder incrementar otras.  Es más, el núcleo o corazón de todos los instintos ha de ser “… el impulso vital básico a la autosuperación.”[15]

Pues bien, la cultura superior o auténtica ha de favorecer todo esto y al tiempo protegernos del movimiento inercial que nos conduce hacia el “último hombre”, es decir, la tendencia a dejarnos llevar por las cosas, de desaparecer en el nihilismo, y de ser lo que Heidegger definiría como “inauténticos”. Para ello sería interesante mantener nuestra mirada fija en aquella cultura que resultó ser eficazmente fortalecedora: La cultura griega antigua. Lo griego, hasta la llegada de “el gran corruptor”,  representa  el perfecto ejemplo de conquista de lo dionisiaco a través de la forma, sin la necesidad de dirigir sus miradas hacia un mundo falso e inerte, si no llevando a su máxima expresión toda fuerza humana a través del arte. Todo ser humano debe poseer esa misma “sabiduría dionisiaca” en grandes dosis sin llegar a romperse. Al igual que los griegos ha de saber arrancar toda la belleza a lo horroroso.

En efecto, el proyecto nietzscheano de transvaloracción que ha de conducirnos hacia el superhombre ha de pasar por la sublimación cultural frente a la barbarie. El hombre ha de ser “renaturalizado” pero no ya como una vuelta a la naturaleza, lo cual sería absurdo, sino llegando a hacer espontáneos en él esos nuevos valores superiores a través de su propio cuerpo, aceptando lo contradictorio y abriéndose a la pluralidad y diversidad de lo real.

En conclusión, creo que sería muy interesante el rescatar la misión que Nietzsche se propone. En un tiempo en el que somos dominados por la técnica,  nunca tuvimos paradójicamente tanto poder para dominarnos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Ésta bien podría ser adoptada en aras de un fin “mejor” y no como fin en sí misma. El proyecto de Nietzsche es fundamental y su falta de proyección se debe en gran medida a los malentendidos mal intencionados difundidos acerca de este. El nazismo no le hizo desde luego ningún favor y fuera del ámbito académico todavía es común verlo relacionado con este. Sería, por tanto interesante, volver a presentar su propuesta purgada de prejuicios ante los ojos de la humanidad o por lo menos ante los ojos de aquellos que aun piensan en la posibilidad de un mundo distinto a este. Sería fácil caer en la desesperación ante el actual estado de las cosas dada la extrema decadencia general en la que nos encontramos, sin embargo sería oportuno recordar que el planteamiento nietzscheano tiene como punto de partida la propia decadencia: Es decir, es un requisito previo para la superación de sí mismo el haber sido antes un decadente. La experiencia de la decadencia ya la tenemos ¿Por qué no dar un paso más allá? ¿O acaso es mejor seguir llorando y pataleando en nuestra “condición posmoderna”? Fracasar para seguir intentándolo: la militancia en nihilismo activo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

  • Así habló Zaratustra, F.W. Nietzsche, Alianza Editorial, 2004.
  • Ecce Homo, W. Nietzsche, Alba, 1996.
  • Humano demasiado humano, F.W.Nietzsche, Akal, 1996.
  • Nietzsche: Biografía de su pensamiento, R. Safranski, Círculo de lectores, 2001.
  • Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, Tecnos, 2006.
  • Nietzsche y la Filosofía, Gilles Deleuze, Anagrama, 2002

 

[1] Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, pag. 30

[2] Ibid, pag. 104

[3] Ibid, pag. 105

[4] Ibid, pag. 106

[5] Ibid, pag. 106

[6] Así habló Zaratustra, F.W.Nietzsche, Alianza editorial, pag. 40-41

[7] Nietzsche y la filosofía, G. Deleuze, Anagrama, pag 207

[8] Ibid, pag. 209

[9] Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, pag. 100

[10] Así hablóZaratustra, pag 40

[11] Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, pag. 245

[12] Ecce homo, F. Nietzsche

[13] Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, pag. 253

[14] Nietzsche, biografía de su pensamiento, Rüdiger Safranski, pag. 334

[15] Nietzsche, la experiencia dionisíaca del mundo, Diego Sánchez Meca, pag. 263